Introducción:
La famosa revista Newsweek sorprendió a muchos en su edición de Octubre
2012 con una portada y un titular impactante: “El cielo es real – La
experiencia de un Doctor en el más allá”. La revista publica un artículo
escrito por un prestigioso neurocirujano estadounidense que luego de haber
vivido una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM), asegura haber visto y viajado
al más allá. Presentamos a continuación la traducción completa de la nota de
Newsweek.
El paraíso es real: La experiencia de un doctor en el más allá
Cuando un neurocirujano se encontró a sí mismo en estado de coma,
experimentó cosas que nunca creyó posibles: un viaje al más allá. Por el Dr.
Eben Alexander, The Daily Beast, 08 de Octubre 2012
Fuente original: http://www.thedailybeast.com/newsweek/2012/10/07/proof-of-heaven-a-doctor-s-experience-with-the-afterlife.html - Traducción:
Sebastián Alberoni – www.caminosalser.com
Dr. Eben Alexander: Como neurocirujano, yo no creía
en el fenómeno de las experiencias cercanas a la muerte. Hijo de un
neurocirujano, crecí en un mundo científico. He seguido el camino de mi padre y
me convertí en un neurocirujano académico, enseñando en Harvard Medical School
y otras universidades. Entiendo lo que ocurre en el cerebro cuando las personas
están a punto de morir, y siempre había creído que había una buena explicación
científica para los viajes celestiales fuera del cuerpo, descritos por aquellos
que escapaban a la muerte por poco.
El cerebro es un mecanismo sorprendentemente sofisticado pero
extremadamente delicado. Si se reduce la cantidad de oxígeno que recibe, así
sea la cantidad más pequeña, este reaccionará. No era una gran sorpresa que las
personas que habían sufrido un traumatismo grave regresaran de sus experiencias
con historias extrañas. Pero eso no significaba que habían viajado a algún
lugar real.
Aunque me consideraba un creyente cristiano, era más de título que de
creencia real. No me molestaban los que querían creer que Jesús era más que
simplemente un buen hombre que había sufrido a manos del mundo. Simpatizaba
profundamente con aquellos que querían creer que había un Dios en alguna parte
ahí fuera que nos amaba incondicionalmente. De hecho, envidiaba a esas personas
la seguridad que esas creencias sin duda les proporcionaban. Pero como
científico, simplemente creía que era incorrecto creer en eso.
En el otoño de 2008, sin embargo, después de siete días en un estado de
coma en el que se inactivó la parte humana de mi cerebro, el neocórtex,
experimenté algo tan profundo que me dio una razón científica para creer en la
conciencia después de la muerte.
Sé cómo pronunciamientos como el mío les suenan a los escépticos, así que
voy a contar mi historia con la lógica y el lenguaje del científico que soy.
Muy temprano por la mañana, hace cuatro años, me desperté con un dolor de
cabeza muy intenso. En cuestión de horas, mi corteza entera – toda la parte del
cerebro que controla el pensamiento y la emoción, y que en esencia es lo que
nos hace humanos – se había apagado. Los médicos del Hospital General de
Lynchburg en Virginia, un hospital donde yo mismo trabajaba como neurocirujano,
determinaron que de alguna manera había contraído una meningitis bacteriana muy
poco frecuente que ataca sobre todo a los recién nacidos. Bacterias de e.coli
habían penetrado en mi líquido cefalorraquídeo y estaban comiendo mi cerebro.
Cuando entré en la sala de emergencias aquella mañana, mis posibilidades de
supervivencia en algo más que un estado vegetativo ya eran bajas. Pronto estas
posibilidades cayeron a casi nulas. Durante siete días estuve en un coma
profundo, mi cuerpo sin respuestas, mis funciones cerebrales superiores
totalmente fuera de línea.
Luego, en la mañana de mi séptimo día en el hospital, mientras mis médicos
consideraban si se suspendía el tratamiento, mis ojos se abrieron de golpe.
No hay una explicación científica para el hecho de que mientras mi cuerpo
estaba en estado de coma, mi mente – mi conciencia, mi yo interior – estaba
viva y bien. Mientras las neuronas de mi corteza cerebral fueron aturdidas
hasta su total inactividad por las bacterias que las habían atacado, mi
conciencia liberada del cerebro había viajado a una diferente y mayor dimensión
del universo: una dimensión que nunca había soñado que podía existir, y que mi
viejo yo previo al coma hubiera estado más que feliz explicando que se trataba
de una simple imposibilidad.
Pero esa dimensión, a grandes rasgos, la misma que describen incontables
personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte u otros estados
místicos, está allí. Existe, y lo que vi y aprendí allí me ha puesto
literalmente en un mundo nuevo: un mundo en el que somos mucho más que nuestros
cerebros y cuerpos, y donde la muerte no es el final de la conciencia, sino más
bien un capítulo de un vasto e incalculablemente positivo viaje.
No soy la primera persona en tener evidencia de que la conciencia existe
más allá del cuerpo. Breves y maravillosos destellos de este reino son tan
antiguos como la historia humana. Pero hasta donde yo sé, nadie antes que yo
haya viajado alguna vez a esta dimensión (a), mientras su corteza estaba completamente
apagada, y (b), mientras que su cuerpo estaba bajo observación médica al
minuto, como lo estuvo mi cuerpo durante los siete días completos de mi estado
de coma.
Todos los argumentos principales en contra de las experiencias cercanas a
la muerte sugieren que estas experiencias son el resultado de un mínimo,
transitorio, o parcial mal funcionamiento de la corteza cerebral. Sin embargo,
mi experiencia cercana a la muerte no tuvo lugar mientras mi corteza estaba
funcionando mal, sino mientras estaba simplemente apagada. Esto se desprende
claramente de la gravedad y la duración de mi meningitis, y de la complicación
cortical global documentada por los escaneos TC y exámenes neurológicos. Según
el conocimiento médico actual sobre el cerebro y la mente, no hay absolutamente
ninguna manera de que yo pudiera haber experimentado ni siquiera una conciencia
débil y limitada durante mi tiempo en el estado de coma, y mucho menos la
odisea híper vívida y completamente coherente que experimenté.
Me tomó meses aceptar lo que me pasó. No sólo la imposibilidad médica de
que había estado consciente durante mi coma, pero más importante aún, las cosas
que sucedieron durante ese tiempo. Hacia el comienzo de mi aventura, yo estaba
en un lugar de nubes. Grandes, esponjosas, de color rosa-blanco, que se
presentaron nítidamente en contraste con el profundo cielo negro-azul.
Más alto que las nubes, inconmensurablemente más alto, una multitud de
seres transparentes y brillantes se movían trazando arcos por el cielo, dejando
largos trazos como serpentinas detrás de ellos.
¿Pájaros? ¿Ángeles? Estas palabras las registré más tarde, cuando estaba
escribiendo mis recuerdos. Pero ninguna de estas palabras hace justicia a estos
seres, que eran, sencillamente, diferentes a todo lo que he conocido en este
planeta. Eran más avanzados. Formas superiores.
Un sonido, enorme y retumbante como un canto glorioso, descendió desde lo
alto, y me pregunté si los seres alados lo estaban produciendo. Nuevamente,
pensando en ello más tarde, se me ocurrió que la alegría de estas criaturas
mientras volaban alto era tal, que tenían que emitir este sonido, y que si la
alegría no salía de ellos de esta manera entonces simplemente no serían capaces
de contenerla. El sonido era palpable y casi material, como una lluvia que se
puede sentir en tu piel, pero que no te moja.
Ver y escuchar no estaban separados en este lugar donde ahora estaba. Podía
escuchar la belleza visual de los cuerpos plateados de esos seres brillantes
que estaban arriba, y pude ver la perfección creciente, alegre de lo que
cantaban. Parecía que no se podía ver o escuchar ninguna cosa en este mundo sin
volverse parte de ella, sin unirse con ello de alguna forma misteriosa. Una vez
más, desde mi perspectiva presente, me permito sugerir que no se podría mirar
“hacia” nada en ese mundo en absoluto, porque la palabra “hacia” en sí misma
implica una separación que allí no existía. Cada cosa era distinta, pero cada
cosa era también una parte de todo lo demás, al igual que los diseños ricos y
entremezclados en una alfombra persa … o en el ala de una mariposa.
Se vuelve más extraño aún. Durante la mayor parte de mi viaje, alguien más
estaba conmigo. Una mujer. Ella era joven, y me acuerdo de cómo era en detalle.
Tenía los pómulos altos y ojos profundamente azules. Trenzas doradas enmarcaban
su hermoso rostro. La primera vez que la vi, estábamos juntos cabalgando sobre
una superficie con un intrincado patrón, que después de un momento me di cuenta
que era el ala de una mariposa. De hecho, millones de mariposas estaban
alrededor de nosotros, enormes y agitadas olas de ellas, que se zambullían en
un bosque y volvían de nuevo a nuestro alrededor. Era un río de vida y color,
moviéndose a través del aire. La vestimenta de la mujer era simple, como la de
un campesino, pero sus colores en polvo azul, índigo y pastel de
naranja-durazno tenían la misma abrumadora y súper vívida vitalidad que todo lo
demás. Ella me miró con una mirada que, si la vieras durante cinco segundos,
haría que tu vida entera hasta ese punto valiera la pena, sin importar lo que
haya ocurrido en ella hasta ahora. No era una mirada romántica. No era una
mirada de amistad. Era una mirada que de alguna manera estaba más allá de todo
esto, más allá de todos los diferentes tipos de amor que tenemos aquí en la
tierra. Era algo superior, que contenía todos estos tipos de amor en sí mismo,
mientras al mismo tiempo era mucho mayor que todos ellos.
Sin pronunciar una sola palabra, ella me habló. El mensaje me atravesó como
un viento, y al instante comprendí que era cierto. Lo supe de la misma manera
en que supe que el mundo que nos rodeaba era real, no era una fantasía pasajera
e insustancial.
El mensaje tenía tres partes, y si tuviera que traducirlas al lenguaje
terrenal, sería algo como esto:
“Ustedes son amados y apreciados, muchísimo y para siempre.”
“No tienes nada que temer.”
“No hay nada que puedas hacer el mal.”
El mensaje me inundó con una inmensa y loca sensación de alivio. Era como
si me hubieran entregado las reglas de un juego al que había estado jugando
toda mi vida sin nunca haberlo comprendido plenamente.
“Te vamos a mostrar muchas cosas aquí”, dijo la mujer, una vez más, sin
llegar a utilizar estas palabras, sino transmitiéndome directamente su esencia
conceptual. “Pero eventualmente vas a regresar”.
Para ello, sólo tenía una pregunta.
¿Regresar a dónde?
Un viento cálido soplaba, como los que surgen en los días más perfectos de
verano, sacudiendo las hojas de los árboles y fluyendo como agua celestial. Una
brisa divina. Esto cambió todo, transformando el mundo a mi alrededor en una
octava incluso más alta, una vibración más alta.
A pesar de que aún tenía una pequeña función del lenguaje, al menos la idea
que tenemos de él en la Tierra, sin decir palabras comencé a formular preguntas
a este viento, y al ser divino que sentía que trabajaba detrás de él o dentro
de él.
¿Dónde está este lugar?
¿Quién soy yo?
¿Por qué estoy aquí?
Cada vez que expresé silenciosamente una de estas preguntas, las respuestas
llegaron inmediatamente, en una explosión de luz, color, amor y belleza que
soplaba a través de mí como una ola rompiendo. Lo más importante de estas
explosiones es que no callaban mis preguntas abrumándolas. Respondían a las
preguntas, pero de una forma que pasaba el lenguaje por alto. Los pensamientos
me entraban directamente. Pero no era pensamiento como lo experimentamos en la
Tierra. No era vago, inmaterial o abstracto. Estos pensamientos eran sólidos e
inmediatos, más calientes que el fuego y más húmedos que el agua, y mientras
los recibía era capaz de comprender al instante y sin esfuerzo conceptos que me
habría llevado años comprender plenamente en mi vida terrenal.
Seguí avanzando y me encontré ingresando en un inmenso vacío, completamente
oscuro, infinito en tamaño, pero también infinitamente reconfortante. Era
profundamente negro pero a la vez rebosante de luz: una luz que parecía venir
de un orbe brillante que ahora sentía más cerca de mí. El orbe era una especie
de “intérprete” entre mí y esta vasta presencia que me rodeaba. Era como si yo
estuviera naciendo a un mundo más grande, y el propio universo era como un
útero cósmico gigante y el orbe (que sentí estaba conectado de alguna manera
con, o incluso era idéntico a la mujer sobre el ala de la mariposa) fue
guiándome a través de él.
Más tarde, cuando volví, me encontré con una cita del Siglo XVII, del poeta
cristiano Henry Vaughan, que estuvo muy cerca de describir este lugar mágico,
este núcleo vasto y negro como tinta, que era el hogar de la misma Divinidad.
“Hay, dicen algunos, en Dios, una oscuridad profunda pero deslumbrante”.
Eso era exactamente: una negra oscuridad que también estaba rebosante de
luz.
Sé muy bien cuan extraordinario, cuan francamente increíble, todo esto
suena. Si alguien, incluso un médico, me hubiera contado una historia como ésta
en los viejos tiempos, hubiera estado bastante seguro de que estaba bajo el
hechizo de algún delirio. Pero lo que me pasó fue, lejos de ser delirante, tan
real o más real que cualquier otro acontecimiento en mi vida. Eso incluye el
día de mi boda y el nacimiento de mis dos hijos.
Lo que me pasó exige una explicación.
La física moderna nos dice que el universo es una unidad que es
indivisible. Aunque parece que vivimos en un mundo de separación y diferencia,
la física nos dice que debajo de la superficie, cada objeto y acontecimiento en
el universo está completamente entretejido con todos los demás objetos y
eventos. No hay verdadera separación.
Antes de mi experiencia estas ideas eran abstracciones. Hoy son realidades.
El universo no sólo está definido por la unidad, sino también, ahora lo sé,
definido por el amor. El universo como lo experimenté en mi estado de coma es -
he descubierto con sorpresa y alegría - el mismo sobre el cual tanto Einstein y
Jesús habían hablado en sus (muy) diferentes maneras.
He pasado décadas como neurocirujano en algunas de las instituciones
médicas más prestigiosas de nuestro país. Sé que muchos de mis compañeros se
aferran, como yo en el pasado, a la teoría de que el cerebro, y en particular
la corteza, genera la conciencia y de que vivimos en un universo desprovisto de
cualquier tipo de emoción, y mucho menos del amor incondicional que ahora sé
que Dios y el universo tienen hacia nosotros. Pero esa creencia, esa teoría,
ahora yace rota a nuestros pies. Lo que me pasó la destruyó, y tengo la intención
de pasar el resto de mi vida investigando la verdadera naturaleza de la
conciencia y difundiendo el hecho de que somos más, mucho más, que nuestro
cerebro físico, lo más claro que pueda, tanto hacia mis colegas científicos
como hacia la gente en general.
No espero que esto sea una tarea fácil, por las razones que he descrito
anteriormente. Cuando el castillo de una vieja teoría científica comienza a
mostrar líneas de falla, al principio nadie quiere prestar atención. En primer
lugar, el antiguo castillo simplemente ha tomado mucho trabajo para ser
construido, y si se cae, uno completamente nuevo tendrá que ser construido en
su lugar.
Esto lo aprendí de primera mano después de que estuve lo suficientemente
bien como para volver a salir al mundo y hablar con otras personas -personas,
es decir, que no sean mi sufrida esposa, Holley, y nuestros dos hijos-, acerca
de lo que me había pasado. Las miradas de incredulidad cortés, especialmente
entre mis amigos médicos, pronto me hicieron ver la gran tarea que tendría para
que la gente comprendiera la enormidad de lo que había visto y experimentado
esa semana mientras mi cerebro estaba apagado.
Uno de los pocos lugares en los que no tuve problemas para transmitir mi
historia era un lugar que antes de mi experiencia había visto bastante poco: la
iglesia. La primera vez que entré en una iglesia después de mi coma, veía todo
con ojos nuevos. Los colores de los vitrales me recordaron la luminosa belleza
de los paisajes que había visto en el mundo de arriba. Las notas bajas
profundas del órgano me recordaron cómo los pensamientos y emociones en ese
mundo son como olas que se mueven a través de ti. Y, lo más importante, una
pintura de Jesús partiendo el pan con sus discípulos evocó el mensaje que
permanece en el corazón mismo de mi viaje: que somos amados y aceptados
incondicionalmente por un Dios aún más grande e insondablemente glorioso que el
que me habían enseñado de niño en la escuela dominical.
Hoy en día muchos creen que las verdades espirituales vivas de la religión
han perdido su poder, y que la ciencia, no la fe, es el camino a la verdad.
Antes de mi experiencia tenía una fuerte sospecha de que ese era el caso para
mí.
Pero ahora entiendo que esta opinión es demasiado simple. El hecho cierto
es que la imagen materialista del cuerpo y el cerebro como los productores, en
lugar de los vehículos, de la conciencia humana, está condenada. En su lugar,
una nueva visión de la mente y el cuerpo va a surgir, y de hecho ya está
emergiendo. Este punto de vista es científico y espiritual en igual medida y
valorará lo que los más grandes científicos de la historia siempre se han
valorado por sobre todo: la verdad.
Esta nueva imagen de la realidad tomará mucho tiempo en armarse. No va a
estar terminada en mi tiempo, o incluso, sospecho, tampoco en el tiempo de mis
hijos. De hecho, la realidad es demasiado vasta, demasiado compleja y demasiado
irreductiblemente misteriosa para que una imagen de ella alguna vez llegue a
estar absolutamente completa. Pero, en esencia, esta imagen mostrará al
universo en evolución, multidimensional, y conocido en detalle hasta cada uno
de sus últimos átomos por un Dios que nos cuida mucho más profunda y
apasionadamente que cualquier padre que alguna vez haya amado a su hijo.
Aún sigo siendo un doctor, y aún sigo siendo un hombre de ciencia, casi
exactamente igual a como era antes de que tuviera mi experiencia. Pero en un
nivel más profundo soy muy diferente a la persona que era antes, porque he
podido vislumbrar esta imagen de la realidad que está surgiendo. Y puedes
creerme cuando te digo que va a valer la pena cada pequeño paso de la labor que
nos llevará, y a los que vienen después de nosotros, para llegar a comprenderla
bien.
Proof of Heaven
A partir de esta experiencia, el Dr. Eben Alexander ha escrito un libro
titulado “Proof of Heaven: A Neurosurgeon’s Journey into the Afterlife”
(“Prueba del Paraíso: El Viaje de un Neurocirujano al Más Allá”. Este libro se
puede adquirir en Amazon.com (por ahora solo disponible en idioma Inglés).
Traducción: Sebastián Alberoni – www.caminosalser.com
Link al artículo completo “Heaven Is Real: A Doctor’s Experience With the
Afterlife” de la revista Newsweek:
http://www.thedailybeast.com/newsweek/2012/10/07/proof-of-heaven-a-doctor-s-experience-with-the-afterlife.html
GHB - Informacion difundida por
http://hermandadblanca.org/
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