Más Allá del Conocimiento y la Sabiduría
En cualquier comparación, el siglo
veinte fue un paseo de locura para la gente de la Tierra. Entre el 1900 y el
2000 fuimos de un mundo de 1,6 billones a 6 billones, sobrevivimos a dos guerras
mundiales, nos escabullimos a lo largo de 44 años de Guerra Fría y unas 70,00
ojivas nucleares listas a explotar, descorrimos el cerrojo del código de vida
del ADN, caminamos por la luna y finalmente hicimos que las computadoras que
llevaron a los primeros humanos al espacio parecieran juguetes infantiles.
Fueron 100 años del más acelerado crecimiento poblacional y el mayor desafío
para nuestra extinción en 5.000 años de historia registrada.
Muchos historiadores consideran el
siglo veinte como la era del conocimiento y es fácil ver por qué. Conjuntamente
con los descubrimientos científicos respecto a la naturaleza y la vida, también
hicimos grandes descubrimientos respecto a nuestro pasado. A mediados de siglo
se descubrieron los registros escritos que abordaban los conceptos básicos de
las tres religiones mundiales principales. Se formularon nuevas interpretaciones
respecto a artefactos aún más antiguos en lugares como Egipto, Sumeria y la
Península de Yucatán en México. Claramente el último siglo tuvo que ver con la
recuperación del conocimiento de nuestro pasado. Y aunque indiscutiblemente
continuemos haciendo nuevos descubrimientos que arrojen luz adicional sobre
nuestra historia, también queda claro que en este nuevo siglo, nos encontramos
de nuevo viviendo en un mundo muy diferente al conocido por nuestros padres y
abuelos.
El siglo 21 será reconocido como el
siglo de la sabiduría, como un tiempo en el que estaremos obligados a aplicar lo
que hemos aprendido para poder sobrevivir en el mundo que hemos creado. Para
hacerlo, tendremos que abordar nuestros problemas de manera muy diferente al
pasado. Se nos desafiará a recurrir a todo lo que conocemos para utilizarlo en
formas nuevas, creativas e innovadoras. Pero para hacerlo se necesitará otro
tipo de información de la que pocas veces se habla en los libros de ciencia
sobre teorías, pruebas y hechos. Tendremos que atemperar los hechos del
conocimiento científico – los datos de los reportes y los resultados de modelos,
gráficos y predicciones generados por computadoras – con la misma habilidad que
nos aparta de otras formas de vida. Tendremos que utilizar lo qué las
generaciones pasadas han denominado ‘sentido común’. El término sentido común,
sin embargo, puede que no sea tan ordinario como parece. En su lugar, es el tipo
de pensamiento que viene de un proceso sistemático y organizado, uno donde
consideramos el conocimiento proveniente de muchas fuentes de información,
mezclado todo de conjunto y sopesado cuidadosamente antes de hacer nuestras
elecciones. Y cuando parece que estamos en la cerca respecto a la decisión
final, es entonces que añadimos el factor intangible del sentido común, basado
generalmente en lo que llamamos ‘instinto’ o ‘una sensación en las tripas’.
Es algo bueno que hacemos, porque
hay veces en el pasado reciente ¡cuando es precisamente esa cualidad indefinida
de la toma de decisiones humana que puede haber salvado al mundo del desastre!
Un evento en el clímax de la Guerra Fría es un ejemplo hermoso del poder del
sentido común. El 26 de septiembre de 1983, Stanislav Petrov, un militar
soviético de alta graduación, estaba al mando de un sistema de alerta temprana
que estaba diseñado para detectar señales de ataque americano. Las tensiones ya
estaban en un punto máximo después de la intercepción y derribo soviético de un
jumbo jet civil y la pérdida de todos sus 269 pasajeros, incluyendo al
congresista norteamericano Lawrence McDonald a principios de ese mes. Después de
los 30 minutos de la medianoche, en el momento en el que Petrov y su equipo
esperaban que no ocurriera lo que de hecho ocurrió, esto ocurrió. Relampaguearon
las luces de alarma, sonaron las sirenas y las pantallas de las computadoras en
el salón en el piso superior del Sistema Soviético de Alerta Temprana de Misiles
Balíticos (BMEWS) mostró cinco misiles nucleares que venían desde los Estados
Unidos dirigidos directamente hacia la Unión Soviética. En cuestión de segundos,
Petrov tenía que tomar la decisión que él temía – devolver el fuego, o no –
sabiendo que en ese momento, el comienzo potencial de la Tercera Guerra Mundial
y el destino de la humanidad, estaban en sus manos.
El y los hombres bajo su mando eran
militares profesionales. Ellos se habían entrenado para ese momento
precisamente. Sus instrucciones eran claras. En caso de ataque, él debía
presionar el botón de inicio en su consola para lanzar un contraataque contra
los Estados Unidos. Una vez hecho eso, él sabía que el pondría en movimiento un
sistema a prueba de fallos diseñado para una guerra total. Una vez presionado el
botón la secuencia no se podía detener. Estaba diseñada para operar de ese
momento en adelante sin intervención humana. “La computadora principal no me
preguntaría que hacer” dijo Petrov más tarde. “Estaba especialmente diseñada de
forma que una vez que se apretara el botón nadie podía afectar las operaciones
del sistema.
Para Petrov, sus operadores y el
equipo, la emergencia parecía real. Todos los datos coincidían. El sistema
parecía estar trabajando, y en cuanto a los detectores del radar, Rusia estaba
bajo el ataque nuclear que iniciaría la tercera guerra mundial.
Pero Petrov vaciló. Algo no le
parecía bien. Con solamente cinco misiles
detectados, no era un ataque ‘general’ de los Estados Unidos y esa era la parte
que no tenía sentido. No parecía el escenario considerado por la inteligencia
militar.
Petrov tenía que actuar
inmediatamente, pero antes de hacerlo, tenía que estar claro respecto a lo que
estaba sucediendo. ¿Sentía él que verdaderamente la Unión Soviética estaba bajo
un ataque nuclear de los Estados Unidos o era otra cosa? En menos de un minuto
él tomó la decisión. Petrov reportó la alarma a sus superiores y a las otras
postas, pero lo declaró como una lectura ‘falsa’. Y entonces él esperó. Si
estaba equivocado, los misiles entrantes impactarían los objetivos rusos en 15
minutos. Después de lo que debe haberle parecido un cuarto de hora muy largo, él
– y sin duda muchos más en las postas a lo largo de la antigua Unión Soviética –
respiraron con alivio. No había sucedido nada: la compleja red de satélites y
computadoras habían emitido una falsa alarma. Una investigación posterior
confirmó que las lecturas se debieron a una ‘falla imprevista’ en el radar.
La razón por la que comparto esta
historia es por lo que ella ilustra. Aun cuando toda la tecnología sofisticada
le decía a Petrov que Rusia estaba bajo ataque, aun cuando estaban en el punto
más crítico de las tensiones de la Guerra Fría en 1983, y aun con todo su
condicionamiento como un militar entrenado para seguir órdenes, protocolos y
procedimientos, Stanislav Petrov atemperó todo lo que él conocía con la
experiencia intangible del sentido común y una sensación en sus tripas – una
experiencia que no se puede enseñar en un aula o para la cual no se puede tomar
una píldora. En este caso, el sentido común de un hombre es la razón por la cual
la Tercera Guerra Mundial no comenzó en septiembre de 1983.
Veinte años más tarde, en el año
2004, Petrov obtuvo el reconocimiento como el ‘hombre que salvó al mundo’ y fue
honrado por su coraje para confiar en sus instintos por la Asociación de
Ciudadanos del Mundo.
Aunque afortunadamente a ninguno de nosotros se les pedirá asumir la elección
que le correspondió a Petrov en 1983, no dudo que el sentido común siempre
jugará un papel clave en la evaluación del conocimiento que la ciencia pone en
nuestras manos. Será nuestro uso habilidoso de ese conocimiento, atemperado con
una porción generosa de sentido común, el que tienda un puente que cubra la
brecha entre la ciencia y su aplicación….la era del conocimiento y la era de la
sabiduría. Y no tiene que ocurrir de una gran forma global.
Extractado de Deep Truth páginas 37-40 por Gregg Braden. Copyright © 2011 (Hay House)
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